lunes, 28 de junio de 2010

We used to think... Nothing, was every bitter.



Miré a mi alrededor y me pregunté por qué razón en las fiestas de disfraces los chicos se visten de chica y las chicas de puta. Daba igual la categoría de la fiesta o el precio de las bebidas, sucedía siempre, sin excepción. Eché un vistazo en busca de las típicas gatitas, enfermeras, princesas, cabareteras, criadas francesas, animadoras, colegialas, ángeles, diablesas o bailarinas, pero no las encontré. Aquellas chicas llevaban vestidos que no podían calificarse de disfraces, sino de amalgama de telas brillantes y accesorios relucientes diseñados para decorar algunos de los cuerpos más extraordinarios sobre la faz de la tierra.
Me fijé en una morena reclinada sobre uno de los divanes que lucía un cinturón bajo sobre unos pantalones de cíngara en tejido transparente color magenta anudados a los tobillos que dejaban ver un tanga tachonado de diamantes encajado a la perfección entre sus firmes nalgas. En la parte de arriba llevaba un sujetador también decorado con diamantes que le dibujaba un magnífico canalillo que gritaba ''mírame'' sin llegar a la vulgaridad de hacerla parecer una aspirante a Pamela Anderson. Su amiga, una muchacha de piernas interminables tumbada junto a ella que jugueteaba con su pelo y que debía de tener unos dieciséis años, lucía unas medias de red en color plata y unos shorts rojos de piel tan bajos de cintura y tan cortos de tiro que supuse que tenía el pubis como el culo de un bebé. El único adorno de su ''disfraz'' eran los flecos plateados que le colgaban de los pezones y una enorme diadema adornada con pieles y plumas de todos los colores que le caía por la espalda. Y Aunque en mis veintisiete años de vida jamás me había sentido atraída por una mujer, en aquel momento tuve la sensación de que podría acostarme con cualquiera de ellas.

1 comentario:

Nuria Jean dijo...

Es genial el fragmento :)
A que libro pertenece?

un beso